Mensaje
por mega60 » 29 Mar 2015, 22:21
Por fin, un jueves por la tarde me rogó que lo acompañase. Iba a vender un sello que era "una rareza" y, ante aquella perspectiva, estaba en estado febril. Fuimos avenue de La Grande-Armée abajo y, luego, por Les Champs-Élysées. En varias ocasiones me enseñó el sello (que había envuelto en papel celofán). Según él, se trataba de una pieza "única" de Kuwait, que se llamaba "Emir Rashid y vistas diversas". Llegamos al Carré Marigny. En ese espacio que está entre el teatro y la avenue Gabriel ponían el mercado de sellos. (¿Seguirá existiendo ahora?) La gente formaba grupos pequeños, hablaba en voz baja, abría maletines, se inclinaba para mirar lo que había dentro, hojeaba catálogos, enarbolaba lupas y pinzas de depilar. Aquel barullo solapado, aquellos individuos con pinta de cirujanos y de conspiradores me causaron una honda inquietud. Mi padre no tardó en verse en una aglomeración más densa que las demás. Alrededor de diez personas lo increpaban. Discutían para dilucidar si aquel sello era auténtico o no. A mi padre lo pillaban de improviso las preguntas que brotaban por todas partes y no conseguía decir ni palabra. ¿Cómo era posible que ese "Emir Rashid" suyo fuera verde aceituna ahumado y no pardo carmín? ¿De verdad tenía un dentado 13-14? ¿Llevaba "sobrecarga"? ¿Fragmentos de hilo de seda? ¿No pertenecía a una serie de "orlas variadas"? ¿Habían comprobado el "descarnado"? El tono se iba agriando. Llamaban a mi padre "impostor" y "estafador". Lo acusaban de pretender "colar una mierda que ni siquiera figuraba en el catálogo Champion". Uno de esos enrabietados lo agarró por las solapas y lo abofeteó con todas sus fuerzas. Otro lo breaba a puñetazos. Estaba claro que iban a lincharlo por un sello (lo que dice mucho acerca del alma humana) y, como aquella perspectiva me resultava intolerable, acabé por intervenir. Afortunadamente llevaba un paraguas en la mano. Repartí unos cuantos golpes al azar y, aprovechando la sorpresa, arranqué a mi padre de las manos de aquella jauría filatélica. Fuimos corriendo hasta el Faubourg Saint-Honoré.
Los días siguientes mi padre, estimando que le había salvado la vida, me explicó detalladamente a qué clase de negocios se dedicaba y me propuso que cooperase con él. Tenía una clientela de unos veinte extravagantes repartidos por Francia y a quienes había conocido en revistas especializadas. Eran coleccionistas fanáticos que se obnubilaban por los objetos más diversos: guías de teléfonos viejas, corsés, narguiles, tarjetas postales, cinturones de castidad, fonógrafos, lámparas de acetileno, mocasines Iowa, zapatos de salón... Rastreaba París buscando esos objetos, que enviaba por paquete postal a los interesados. Previamente les sacaba, mediante giro postal, elevadas sumas sin relación alguna con el valor real de la mercancía. Uno de sus corresponsales pagaba 100.000 francos por cada guía de ferrocarriles Chaix de antes de la guerra. Otro le dio un anticipo de 300.000 con la condición de que le DIERA PREFERENCIA en todos los bustos y efigies de Waldeck-Rousseau que encontrase... Mi padre, deseoso de asegurarse una clientela aún más amplia de dementes de ésos, tenía el proyecto de agruparlos en una Liga de los Coleccionistas Franceses, nombrarse presidente y tesorero e imponer cuotas altísimas. Los filatelistas lo habían decepcionado profundamente. Se daba cuenta de que no iba a poder abusar de ellos. Eran coleccionistas de cabeza fría, astutos, cínicos, despiadados (resulta difícil concebir el maquiavelismo y la ferocidad que hay oculta en esos seres quisquillosos. Cuántos crímenes cometidos pou una "sobrecarga parda amarillenta" de Sierra Leona o un "perforado en línea" de Japón). No pensaba repetir la penosa expedición al Carré Marigny, que le había dejado herido el amor propio.
Los paseos de circunvalación. Patrick Modiano